La siguiente reflexión es producto de algo que ocurrió el día de ayer y que no puedo sacar de mi cabeza así que decidí escribir al respecto para poder liberarlo (sí, una especie de catarsis de bloguero jaja).
Experimenté más que nunca, y en carne propia, lo que siente una persona cuando es juzgada y criticada por alguien que busca hacerla de juez y condenar, sin dejar que la empatía cree puentes de comunicación.
Como en toda experiencia, cuando no se obtiene el resultado esperado, siempre se aprende algo nuevo. Y este enfoque ha hecho que cuando me enfrente a experiencias difíciles, nunca me vaya con las manos vacías pues el aprendizaje es igual de necesario para nuestro crecimiento como personas.
La cuestión es que resulta muy fácil juzgar, criticar, emitir una opinión sobre algo o sobre alguien. Crear nuestra propia burbuja y establecer lo que para nosotros está bien o mal, lo que es correcto o incorrecto, etc.
Es muy sencillo abrir la boca para recriminar y enjuiciar a quienes no actúan o piensan como tú lo harías. Eso es algo que cualquier persona puede hacer. ¿Pero eso cambia las cosas?, ¿Cambia el resultado?, ¿Cambia a la otra persona? No. Todo lo contrario. Cuando enjuiciamos a los demás lo único que obtenemos es una reacción defensiva de vuelta.
¿Entonces por qué lo seguimos haciendo? ¿Por qué le hacemos a otros algo que a nosotros mismos no nos gusta que nos hagan?
Lo difícil y el reto aquí es dejar de juzgar a los demás. Esto requiere templanza, tolerancia y empatía; tres elementos que abren puentes de diálogo y que dan lugar a la resolución de problemas o diferencias.
Cuando juzgamos sólo vemos la punta del iceberg pero no entendemos los motivos que llevaron a esa persona a actuar de esa manera. Nadie actúa “normal” ante circunstancias anormales y difíciles. No le puedes pedir a una persona que sea coherente cuando todo su mundo está lleno de incoherencias. No puedes esperar que otros piensen o actúen como tú lo harías, porque su contexto no es igual al tuyo. Y así me podría seguir…
Este mundo sería un lugar mucho más cálido, comprensivo y humano si aprendiéramos a aceptar, entender y perdonar. Porque cuando nosotros cometemos un error eso mismo es lo que nos gustaría recibir de vuelta: que la persona a la que herimos sin así quererlo pueda escucharnos, ser empática y perdonar. ¿Entonces, si queremos esto de vuelta por qué no actuamos de la misma forma?
La gente que es súper rápida para juzgar, así de lenta también lo es para corregirse a sí misma. ¿Cuántos más años tienen que pasar para que entendamos que culpar y señalar no hace más que lastimar? No se necesita ser un genio para darnos cuenta que el odio solo genera más odio. La intolerancia solo genera intolerancia de vuelta. Guardar rencor y coraje en tu corazón sólo te deja menos espacio para el amor y para estar en paz contigo mismo. Es como ese veneno que no se ve, pero se siente. Entonces, ¿cuál es el punto?
Entiendo que hay veces en que los demás nos hieren, pero no es nuestro papel enjuiciarlos y guardar sacos de resentimiento en nuestro corazón que para nada suman, sólo restan. Y para actos más severos que atenten contra la dignidad e integridad humana, deberán ser las autoridades y organismos de justicia quienes tomen armas en el asunto (aunque lamentablemente no siempre sea así).
Cuando tratamos de actuar desde el amor, la aceptación y la comprensión nuestra perspectiva se abre completamente. Nuestro corazón se vuelve humano porque entiende la imperfección que hay en nuestra naturaleza.
Y como seres imperfectos, todos hemos cometido errores y decepcionado, sin así quererlo, a los que más amamos.
Juzgar a una persona no define quien es ella en realidad, define quién eres tú.
Comparte este post con las personas que sepas que les puede servir.
Me encantaría escuchar tu opinión en los comentarios de la publicación.